El Hombre Que Murio de Un Rumor

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El hombre que se murió de un rumor Cristina Pacheco 7 AM. Consuelo cierra la caja de cartón en la lleva sus ofrendas al Señor de las Miserias, patrono de su pueblo. Una y otra vez le ha pedido un milagro: la curación de Rómulo, su esposo enfermo desde siete años. En eso, tocan a la puerta: es Antonia, su ami-ga, quien cuidará a Rómulo en su ausencia, pues Consuelo tiene que ir el día de hoy a la Iglesia que está en el pueblo vecino a dejar las promesas de oro que le compró al santito. -Buenas... Se me hace que llegué muy temprano –dice Antonia, que bajo su chal de lana oculta un envoltorio de ropa. -Mejor, así me acompaña a tomarme un cafecito. ¿Se lo sirvo? -Pos me lo tomaré –dice Antonia-. Me traje esta ropa para irla remendando en ratitos. -Sí, no se preocupe. Rómulo no da lata. Casi todo el día está dormido. Y es que en las noches no pega los ojos. Y eso me preocupa. ya ve lo que dicen: que las personas que se la pasan sin dormir se pueden vol-ver locas. ¿Cuántas de azúcar le pongo? -Tres, si me hace favor. Bueno, a ver, vaya diciendo-me: ¿qué se le da? ¿qué come?, ¿a qué horas le to-can las medicinas? -No si no come, no puede pasar nada. Si acaso un caldito, un atole, pero ya se los dejé hechos, nomás para calentarlos. Medicinas tampoco, ya no le dan: tomó tantas que dizque se le estaba descomponien-do la cabeza. Con decirle que al pobre ya casi se le cayó todo el pelo. -¿De veras? Tan guapo que era. Me estaba acor-dando que la última vez que lo vi bueno y sano fue en el 75, cuando se casó mi hermano Luis. -Uh, ya no es ni su sombra. Está casi en los puros huesos. Y luego con esas ronchas tan feas que le sa-lieron, haga de cuenta que tiene la carne viva. Po-brecito: ya ni el polvo de haba le ayuda. Antonia escucha con cierta inquietud las últimas pa-labras de su amiga. Al fin se atreve a preguntarle: -Pero las ronchas ya están bien ¿no?

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